Se oye un
desgarro.
El aire se
ha callado…
¡Se oye
música!
Y el alma se
envara
como tallo
de azucena.
Se clava a
la tierra
como chopo
agarrado a su raíz.
Se amarra la
cintura
con fajín de
esparto
y echa a andar
por el
sendero que traza el violín
por el surco
que deja
la pata rota
de un piano.
Sigue a la
guitarra
como el
acordeón al zíngaro.
Persigue al
contrabajo
como el sintecho
a su acampada.
Sale al
encuentro del chelo
como el
payaso buscando a su trompeta.
Se arrastra
en procesión
por las
fusas de un Beethoven
y termina la
noche
en un club
destrozado
envuelta en
disonancias.
Roberta Flack
La primera vez que vi tu rostro
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