(Tuve una pesadilla)
EL TSUNAMI         

No sé qué vi en tu cara, quizá fuera el rojo de su joven vestido,
y pregunté, —¿Te hace feliz cada día?  —Esta pregunta perforó
todos los silencios, y escuchamos el eco de un bronce lento.

Mirabas el cielo en la tarde de aquel día amenazando destrozo
en el aire, en las violetas del horizonte y en las tejas del mar.
Huiste mi mirada por un momento, pero tus ojos fueron miel cuando
tus labios afirmaron:
—Sí, cada día.
La sangre abandonó mis venas, y el tsunami se acercaba cada vez
más violento. No encontré mis zapatos, se deshicieron las medias
entre los dedos. Mi voz se había perdido en el agua…

Todos corrían como locos pisando mi esqueleto derretido.

Me encogí en el rincón del viejo baño a esperar el desastre.
Era un sinsentido mi cobardía y —como una heroína— dispuse
mi partida a contracorriente en la multitud.
La gran ola subía calle arriba sin piedad. Miré atrás con tiempo de ver
voltear su falda roja como amapola frente al día… Su mano, amarrada
a la tuya abriendo el aire…

No quise saber tu mirada en sus fieles pupilas, y sin más —mientras
el mundo huía—, salí al encuentro del terrible cabrilleo…

y desperté... Dormías en mi mano.          
                                                                                                           

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