TODO ESTÁ AHÍ

Todo está ahí, tras la cortina.
Es un día de luces y medusas, de universos y arenas.
Sobrillas y bikinis hacen chirriar los dientes.
Un miércoles cualquiera de un agosto cualquiera.
Puede casi rozarlo mi nariz honda, el mar a veinte pasos, y yo, a mil
distancias de las caracolas.
“Altares de sol y avellanas”, vocifera un chaval con voz de niño que ha
vivido mucho —lleva un haz de sombreros sacados del armario donde
guardó su infancia—.
Otro —con piel marrón, casi amarillo— ofrece, tímido, las sedas indias.
Y un tercero de poros negros, negros —con esa claridad de alma que a veces
trasluce la piel—, enseña su caja de dientes y las pulseras que hace su
abuelo en Senegal, alguien, muchos, le mostraran el brazo.

Podría ser un jueves, quizá un lunes, pero es miércoles, día ausente, solo,
sin más amparo que un ventilador y unas paredes huecas, encaladas.
El aspa giratoria del techo, me traslada a La Mancha, y soy Quijote roto
dentro de una jaula de palo, sin caballo ni lanza, sin escape.

Una ducha de juventud moja la calle, la playa, los niños.
Todo está fuera: El pintor de cada verano con sus cuadros de calles blancas
y las marinas en su añil. Pinta de noche —la luz se lleva dentro o no se lleva—.
Ahí  van las trenzas de colores africanos por las cabezas rubias, y —como si
los viera—, los bolsos extendidos por la tarde como un desierto de arena
azulada. 
                 Y el niño del juguete brillante pasa como un rayo.
Y los viejos del barrio, arrugados como naranjas pochas, se sientan en el
poyete del paseo marítimo y miran el transitar de los veraneantes.
“Antiguamente estarían pescando, ahí, enfrente, a veinte pasos, ahí, en la
mar”.

Todo está ahí
                       a veinte pasos de mi impotencia.


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