EPÍSTOLA A UN ESPECTRO

Ahora cuando el tiempo apremia y en las noches se oye el vacío,
se abre una carta para decir: las lluvias han amainado.
Siguen los verdes prados con millones de hormigas sin miedo a
ser aplastadas por un pie.
El campo está para esconder y no quemar los recuerdos.
Desde la separación, se derriten los días por la memoria, las
amapolas tropiezan con las piedras y sangran su azul.
Hay un silencio que quisieran los muertos, y un abandono de
ortigas va rastreando los días de ausencia.
                                             Eso alberga el entorno.
En el eco hay presencia y el propio ocio es lacerante. Se desprende
de la tierra un fuerte olor a espliego y aromas acercando  
cada día, adentrando en el tiempo imperturbable por la orilla de
una playa, el esperado desde siempre encuentro.
La vivencia es punzante como un viento salado en la piel, y las palabras,
son espectros de la sombra como arena entre los dedos de la
soledad acostumbrada a una mirada como a un mal juego. La
eternidad coloca cada silla en su lugar de la casa y descuelga los
espejos.
La pluma escribe lo que nunca la tinta sabrá:
                                           Alguna vez, amó un espejismo…

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