Por las calles de mi vida
El día que nací,
la tierra latía desnuda
y un crujir de madera antigua
se desmembraba a la sombra de
un piano.
Pude oír sus notas
indiferentes,
cómo si la música no me
perteneciera
y el mar —hecho crepúsculo—
no esperara mi despertar.
Sentía al río vagar por mis
venas
como un derrame de manzanas
verdes.
Sentía la ventisca por mi
rostro
como una mañana de enero.
Y el palpitar de las rosas se
detuvo.
Y el reloj de mi padre se
adelantó unos años.
Y el puente se miró sorprendido
el esperma.
Y el bronce de la iglesia
lloró una
canción triste.
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