Te vas dejando el alma por la acera,
mi niña de los
ojos muertos. Niña,
hoy he visto
cimbrear tu cinturón.
Hoy soñé con dos
mantas en tus manos.
Cuánto arrastraban
tus hombros, tu aguja.
Hilvanes perezosos,
lana y lana.
Kilos de mantas
recogidas, mantas
del color de la
sangre de los dioses.
Del color de los ríos
de tus linfas
eran
los hilos
y tu esqueleto
curvo, como una cordillera.
Me pareciste la
paciencia.
Me recordaste al
campesino.
Y
seguiste
arrastrando tu vivir
por los pezones de
la tierra.
Hui ying
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